10.2.05

EL RATÓN, EL VENENO Y LA VERBENA

Comencé a sospecharlo desde hace dos días. Una pequeña sombra por aquí y por allá. No le di mayor importancia, bien podía ser mi imaginación. Pero luego cuando encontré sus, sus... wácala, ni quiero decir sus qué... cuando encontré "eso", me dije: aquí hay ratón encerrado.

Y ayer mis sospechas se hicieron ciertas. Mis vecinas, entre gritos y pataleos me hicieron saber que estábamos siendo invadidos por ratones:

- Yo tengo a mi marido matándolos ahí dentro, le advertí que hasta que no quedara nada volvería a la casa. ( y yo pensé: seguro que el marido se está tomando su tiempo para matarlos).
- Es que tienen frío y buscan calor en las casas, dijo la de la esquina (que hace unos tamales de elote buenísimos)
- Pues que se compren un suéter, dije yo riéndome. (Claro no tenía la seguridad de que yo también era el abrigo de un roedor.)

Y cuando entré a la casa, la pequeña sombra, con su larga cola, me hizo no sólo pegar un brinco sino correr con mi vecina (la de la esquina) para que me ayudara a resolver el asunto. Es bien sabido por todos que ella siempre tiene soluciones. Pan tostado con mantequilla, cortado en cuadritos y aderezado con veneno, sí, con eso regresé a casa. Sintiéndome de lo peor. ¿Lo iba a envenenar? Sí, claro, lo iba a envenenar, la situación no podía seguir así... alguien podría pensar que mi casa era en efecto un santo cochinero, una posada para ratones. O, lo que era verdaderamente peor, que mi casa se convirtiera en el Ramada Inn de la población roedora de mi colonia.

Coloqué el pan envenenado aquí y allá. Luego me puse a estudiar, cené, me bañé, me puse piyama, me sequé el cabello, prendí la tele... Pronto estaba dormida. Hasta que...

un ruidito
dos ruiditos
tres ruiditos
luz, ratón, grito, salto.

Huir!

No estoy segura de que estuviera agonizando, pero tampoco estaba segura de que quedarse ahí era la mejor solución. Nunca me habían dado miedo los ratones, sé que es absurdo pero yo ya simplemente no pude volver a mi cama. De puntitas, tomé suéter, tenis, llaves, teléfono, bolsa y fui a guarecerme a la hermana república de La Verbena con alguien que hizo lo posible por no reírse de mí y me ofreció su habitación sin roedores (al menos eso creo).

Hoy no volveré a mi casa hasta las cinco pe eme, y desde las seis de la mañana, no dejo de preguntarme si al volver encontraré algún horroroso cadáver en mi casa (y en mi conciencia).

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