Es un bull, un bull blanco. Es grande, fuerte. Apenas un cachorro. Impregnaba la casa del ajusco de gusto, de cariño, de calidez. Sus grandes patas sobre las piernas de su dueño. Su caminar lento y pesado. Gracioso.
Se lo llevaron, entraron, rompieron la malla ciclónica y se lo llevaron. El dueño me ha llamado y me lo ha dicho. Para él, el morro no era un perro nada más. Era su pequeño, su más pequeño. Sabe que yo lo entiendo y por eso me lo dice. Sin embargo, no encuentro palabras, mis palabras son un remedo.
Cuelgo, le digo a mi hijo: se robaron al morro. Y su cara me dice que él, que él también entiende qué es lo que se robaron junto con el perro.
7.1.08
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