18.9.08

EN UN LUGAR DE UN AEROPUERTO, DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME,

no ha mucho tiempo que esperaba una "escritora" de las de lanza de astillero (whatever that means in these days), lap top antigua, sin rocín (ni flaco ni galgo corredor). Un vaso de algo más crema que café en serio, sonámbula las más noches, duelos y quebrantos los sábados, añorando los viernes, alguna carneasada los domingos, se consumía a partes en una silla dura de un aeropuerto duro. El resto della concluía que la vida era una cosa rara-rara, tan rara como la gente que la rodea que también tiene audífonos, que también, seguramente ve el mundo de manera rara-rara pero que, en definitiva, no escucha la música que el no ipod de la Buba heredó a esta Quijana que escribe y piensa, ora en el post, ora en el libro, ora en la vida.

De complexión pequeña, de cabello oscuro gracias a Garnier, enjuta de rostro (again, whatever this means), gran madrugadora y enemiga de la suciedad en la casa. Recia y débil a la vez ahora que, dicha Quijana no deja de pensar en que los treintaycinco se frisan a su vida, galopan minuto a minuto, hora tras hora para llegar y quedarse. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración della no se salga un punto de la verdad.

Porque la verdad, como el adjetivo, cuando no embellece, mata.

Y así, la Quijana sonorense, en espera de su avión a tierra colimense, piensa y teclea, teclea y piensa (más lo segundo que lo primero y luego el resultado es una cosa como esta) deseando que la pila no se acabe o que, bien, encuentre un lugar donde la electricidad sea más bondadosa que cualquier Dulcinea.

1 comentario:

Lady of Shalott dijo...

jajajaja
oye, y a poco hay interné inalámbrico ahi?

Reportation enllegandito no? por aquello de los pasteles y demás festejos.