30.5.06

YO, DUELO

  • Mamá ha muerto. Me lo han dicho por teléfono esta mañana. Tomaré el primer avión de la tarde, tan pronto presente mi último examen.
  • Llego a casa con el paso de quien tiene prisa y el rostro de quien no. Busco en mi clóset la ropa adecuada, descubro que el negro está ausente en mi vida. Encuentro a lo lejos, casi sin estar, un pantalón un poco deslavado y un suéter negro que no recuerdo cuando compré. Los meto a la maleta.
  • A punto de salir, pesco un libro. No quiero leer nada que tenga que ver con la tesis. Termino llevándome algo de Socorro Venegas.
  • Dentro del avión, a una hora de llegar, leo el cuento “Pertenencias”, la autora habla de la voraz memoria de los objetos. Me gusta el desaliento de su frase. La subrayo.
  • Han perdido mi maleta. He pasado una hora en el aeropuerto haciendo los trámites del reporte. A nadie parece importarle que se ha perdido. A nadie parece interesarle mi tiempo. A nadie parece conmoverle que mi madre ha muerto. Nadie ha venido a recogerme.
  • Tomo un taxi pero no sé a dónde dirigirme. Le he dado al chofer la dirección de mi casa, si no hay nadie ahí entonces voy a la funeraria.
  • En el trayecto me pregunta si tengo calor, si me molesta el cigarro, si siempre soy tan seria, si me siento bien. Digo: sí, no, sí, no sé.
  • No sé.
  • El carro de mi hermano está estacionado afuera. Me alegro de que así sea. A punto de pagar se me ocurre pensar que quizá sólo sea el carro de mi hermano y él no esté aquí. Le digo al taxista que me espere. Me dice que sí y me da un kleenex. Supongo que he llorado sin darme cuenta. Veo mi reflejo en su ventana, supongo que mi duelo se presiente.
  • Pienso en la palabra duelo. Duelo. Yo, duelo.
  • Camino hacia la casa. Tengo la batalla de siempre con el candado de la reja. Observo el jardín, las mecedoras de mamá y sus macetas. La manguera y su naranjo. Estoy aquí. Aquí donde todo es conocido. Aquí donde todo es raro. Aquí donde crecí y viví.
  • Estoy frente a la puerta. Adivino el interior y es entonces cuando me doy cuenta a qué he venido. Ella no estará del otro lado, no me recibirá con un abrazo, no me preguntará sobre la escuela. No me mostrará la nueva figura de cristal de su colección ni la reparación de aquel mueble. Tampoco me mostrará los cambios que hizo en su recámara.
    Me doy cuenta de que no puedo estar aquí. Cruzar esa puerta será cruzar al vacío, al despojo. Observar de frente a la muerte que antes sólo presentía.
  • Mi madre ha muerto y yo lo he sabido esta mañana. Lo único que puedo hacer ahora es negarme a verla dentro de un espacio que no es el suyo. Lo único que puedo hacer ahora es verla con los ojos cerrados y lamentar su silencio. Lo único que puedo hacer ahora es admitir mi vulnerabilidad.
  • Sus plantas, sus mecedoras, su naranjo, estarán solos. Sus figuras de cristal estarán serán presa del polvo. Los muebles habitarán donde mismo por siempre. Me convenzo de que es mejor alejarse, alejarse de la gente, de las casas y de los objetos cuando estos duelen tanto. Alejarse de la memoria que es tan cabrona.
  • Dentro del taxi, tomo mi celular y hago unas llamadas, le pido al chofer que me lleve de nuevo al aeropuerto.
  • Despegamos y tengo el libro de Venegas sobre las piernas y temo abrirlo. Deseo incluso no volver a leerlo, deseo borrar esas palabras que parecen hablar irremediablemente de las pertenencias de mamá.
  • Llego a casa vacía, me topo de inmediato con la única figura de cristal que acepté de mi madre. La miro y Venegas me habla en el oído, me dice que nada puede saciar la voraz memoria de los objetos, la voraz memoria de los objetos, la voraz memoria de los objetos.

1 comentario:

Guillermo Vega Zaragoza dijo...

Un abrazo largo, nada más.

Guillermo.