El fin de semana me fui de viaje, compré los pendientes de toda mujer, madre y ama de casa debe comprar. Regresé cansada y aún así llegué a aprovechar el lunes de puente para armar, limpiar, mover, cambiar, instalar. Total, el martes venía camino al trabajo bostece y bostece y de pronto... de pronto... pum, un pequeño golpe al camellón del bulevar-carretera. ¿Qué pasó? pues asumo yo que cabecee un poco, no me lo explico de otro modo porque no recuerdo exactamente cómo pasé de mi carril-carril al borde del camellón.
Llegué a la oficina y en cuanto pude atrapé a un profesor y lo convertí en confesor-terapeuta. Me asusté esa es la verdad. No, no me pasó nada, no vi mi vida correr completa en cuestión de segundos. Yo, simplemente me asusté.
Yo no sé si fue eso o simplemente que se acercan las fechas decembrinas que a veces tanto temo, pero me nació una gana, así GANA de resolver, sonreír, apapachar. Envié un largo, largo correo al hermano con quien nunca he discutido y con quien me pasé de lista hace poco; abracé como nunca o como siempre he querido a mi padre y le dije que lo quería, el pobre no sabía que hacer con mi cuerpo encima de él en el sillón, mis besos en la mejilla y mis manos cubriendo sus ojos para que no viera los goles del partido.
Así que aunque no vi mi vida en segundos, sí decidí cambiar un poco el rumbo de mi humor en segundos, cambiar la posible navidad, mover un poco aquello que no movemos por temor, desidia o porque ya está tan así que por qué no dejarla así.
Seguro que no soy clara.
Seguro que este es otro desos posts catárticos.
Seguro que una vez más uso este blog como la terapia que me saldría en 500 pesos la sesión.
But, who cares?
22.11.07
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