17.8.05

SAN DIEGO TROLLEY


As we face each other in omnibuses and
uderground railways we are looking into the mirror;
that accounts for the vagueness,
the gleam of gleassiness, in our eyes...

Virginia Woolf


Me dijiste que dejáramos San Diego para otro día pero mi terquedad y yo te decimos que no, que hoy, que puedo, que verás que sí, que el pie adolorido no importa. Aunque tu cabeza accede sé que tu silencio reprende.
Un camión y un taxi nos dejan en la línea. Hay que caminar un tramo hasta allá. Hacemos cola, hacemos cola, hacemos cola. No hablamos. Nuestro turno, mostramos los pasaportes. El de la aduana me dice que parezco de Santa Bárbara con esa t-shirt. Te ríes aunque me juras y me perjuras que no parezco de Santa Bárbara.
Avanzamos y ahí, derechito, en sus vías está el trolley de San Ysidro, rojo, largo, listo a ser abordado por todos nosotros, por nuestras historias, nuestros encuentros. ¿Qué se sentirá ser él? ¿Qué se sentirá cargar tanta gente, tanta memoria?
Apenas subimos comienzan las confesiones, como si no hubiera más de qué hablar. De un modo u otro, conforme avanzamos por el paisaje, retrocedemos en nuestras vidas. ¿Qué tienen tus ojos que me hacen decirlo todo, decirme toda? La resistencia que me caracteriza queda fuera de lugar, bajo mis defensas: frente a ti no hay secretos. Estoy vencida. Pero no hay forma más perfecta de vencer que declararse vencido y ganarse el afecto del otro, del vencedor. Es mi turno, mis ojos te invitan, mis ojos no hacen sino obligarte a decirlo todo. Poco a poco cedes. La resistencia que crees que no te caracteriza, desaparece. Comienzas a hablar, a extender tu historia a lo largo del vagón. He vencido. Y así, me he acercado a ti.
Pasamos un día formidable, comimos un sándwich bajo el sol californiano, caminamos enormes cuadras con bellos jardines a su lado, llegamos al museo donde observamos las más maravillosas fotografías. Descubrimos el mundo desde los ojos de otros. Redescubrimos el mundo desde nuestros ojos. Nos encontramos. Estamos tú y yo delante de esa imagen, nos sentamos a verla y sabemos que éste es un momento irrepetible. Salimos del museo y nos sentamos en esa banca. No cruzamos palabra, ¿qué se puede decir que se compare a lo que acabamos de ver, sentir, cruzar?
De vuelta, tratando de mantener el equilibrio dentro del trolley, tratando de sobrevivir a los empujones y a la incomodidad de estar de pie, continuamos nuestra conversación, sólo que esta vez no hablamos. ¿Qué tienen nuestros ojos que lo dicen todo? No hay más resistencia entre tú y yo, sólo complicidad y se desplaza a la misma velocidad que el trolley que nos lleva de vuelta a la línea donde todo esto comenzó.

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