He acostumbrado a mi estómago perfectamente. Al principio, claro, fue un poco difícil. Incluso penoso pues mis intestinos emitían sonidos terribles. Pero después de un tiempo, eso deja de ocurrir. El estómago deja de exigirte comida. Me alimento por lo menos cuatro veces al día. Dependiendo la hora tomo:
1) hojuelas de avena tostadas – sin miel-, media taza de yogurt natural, por la mañana.
2) una manzana, tres o cuatro hojas de lechuga, al mediodía o
3) una taza de arroz cocido, por las noches.
Bebo doce vasos de agua al día en lapsos de una hora y media o dos entre uno y otro. Por supuesto voy al baño frecuentemente, demasiado frecuentemente si deben saberlo.
Esto es lo mejor, créanme. No iba yo a seguir el camino de Lilian y pasarme el día comiendo lo que me viene en gana para después vomitarlo y, lo que es peor, tumbar a todos en la escuela con un aliento asqueroso. Eso me parece patético y estúpido. Es para aquellas que no tienen la más mínima fuerza de voluntad. Mel también carece de eso y de muchas otras cosas. Ya ven lo que le ocurrió. Esa no era una opción para mí: y por lo visto tampoco lo fue para ella. Miren que tomarse un frasco entero. No sé qué esperaba. Hay chicas que simplemente no saben manejarse.
Yo opté por el ejercicio y reducir mi alimentación al mínimo. Mi mamá, al principio, se la pasaba en no te alimentas bien, estás muy delgada, debes de… Mi papá no tenía nada qué decir. Mi papá nunca ha tenido nada qué decir. Lo veo poco, le llamo poco. Me interesa poco.
Mamá comenzó a preocuparse más y más. Insistía en calorías y grasas. Me servía platos enteros de puré de papas, milanesas, pastas, picadillos. Platos que terminaron en el suelo, por supuesto. Hubo gritos y portazos. Haste que aprendí a manejarlo con inteligencia, para qué engañarla, me dije. Fui honesta, le expliqué mis razones. Ella poco a poco entendió que todo era cuestión de estética. ¿No prefería acaso tener a una hija delgada y bella?
Ahora, es ella misma quien selecciona, lava y corta lo que voy a comer. Recientemente ha comenzado a compartir mi alimentación. Esto resultó de gran ayuda, especialmente cuando la Consejera la llamó para hablar de “el problema de mis hábitos alimenticios”. Mi madre fue firme, le dijo que mi alimentación no era asunto de ella, ni de nadie más… que yo estaba perfectamente bien, que invirtiera su tiempo en adolescentes adictos, agresivos o suicidas, porque el mío no era un caso problemático. Fin de la historia. Nadie se metió más y mis desmayos dejaron de implicar inmediatamente un reporte a escolar. Cuando ocurren, a la enfermería, un vaso con una cucharada de azúcar y listo.
Mi cuerpo está ahora donde deseaba. Peso 37 kilos. He acostumbrado a mi estómago perfectamente y creo que otros cinco kilos menos no me vendrían mal. Tendría que dejar el yogurt y el arroz, supongo. Pero sé que puedo hacerlo.
21.5.07
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