Esta mañana he encontrado una ranita, pequeñísima, en la habitación del hijo. Él no estaba, anoche durmió con sus abuelos. Pegué el brinco y puse el grito que se requiere en estas ocasiones. Cerré la habitación y me fui a mi recámara. Me senté en la cama. ¿Cómo sacar a dicho visitante? Porque una cosa estaba clara, tenía que sacarlo porque si algo detesta y teme el de siete son, precisamente, los sapos, ranas y demás batracios. No quería imaginar su cara al verlo, ahí justo al lado de su pelota y cerca de sus tenis.
Acto de valentía:
Vaso de plástico, caerle encima a la ranita y arrastrarla hasta la puerta. Adiós.
Esto ya había ocurrido, una vez saqué un ratoncito muerto por la misma razón que sacaría cualquier visitante peludo, viscoso o simplemente indeseado que pudiera sacarle el alma a mi pequeño.
Una, a veces, hace cosas notables, sin notarlo.
29.8.06
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