16.1.08

AQUÍ (relato de miércoles)

Cuando llegó tu carta, David la leyó para todos nosotros en voz baja. Cada palabra, cada oración, cada pausa tenía implícito un tiempo, un espacio, un algo difícil de desentrañar. Cuando terminó de leer, ninguno de nosotros se atrevió a levantar la cabeza, a cruzar miradas, a comentar algo. Ninguno emitió siquiera un suspiro. Cuando David dobló la carta, nosotros, las razones.

Dejamos la sala de estar uno por uno, de puntillas casi. A la casa la devoraba el silencio de siempre y sin embargo, no era el silencio de siempre. Era otro. Uno nuevo. Un silencio que no podría describir. Un silencio que hubiera desarmado a cualquiera.

Pasamos el resto del día con las manos en distintas labores. La mente, la mente estaba en otra parte. ¿El silencio? Ese se quedó aquí. Vive con nosotros desde que te fuiste. Aquí, mamá, todo es silencio.

Aquí no se habla de ti.

No.

Eso dice él. Siempre. Golpea la mesa si alguien te menciona, se levanta y repite: “Aquí no se habla de ella porque ella simplemente ya no está, ya no es. No existe”. Y se marcha. Lo siento pero nadie, ninguno de tus hijos, nos atrevemos a decirle que sí, que existes, en otro lugar, pero que existes y eres. Nadie, ni yo, se atreve a sentir en voz alta que sigues siendo parte de nosotros. Nadie, nunca, le habla de tus cartas.

Aquí, te digo, todo es silencio.

Aquí no se habla de ti. Tu imagen se borró del álbum familiar. Tu clóset terminó de vaciarse. Tu rastro, ni polvo. Tu silueta desapareció como desaparece lo que más amamos: implacablemente. Para ti también desaparecimos. Admítelo. Vivimos en el abandono. Somos tu abandono. Somos lo que no cupo en tu maleta, lo que no tenía lugar en tu futuro. Somos, nada más, figuras borrosas en tu memoria. Las pocas palabras que envías cada muchos meses. Has olvidado nuestros cumpleaños, nuestros lunares. Nos has olvidado y lo sabemos.

No nos queda nada sino recrearte. Aquí, en el dibujo infinito del mosaico.

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