31.10.05

PERO NUNCA RABIA (relatillo)

La primera vez tenía ocho años.
Sus padres le habían pedido que saliera al jardín pues "había cosas que hablar". Elena obedeció, como siempre. Caminó despacio, casi con fragilidad hasta el jardín. Se sentía pequeña. Se sentía vacía. Observó el jardín. Acababa de llover ¿dónde sentarse y a hacer qué? Se acomodó en la banqueta, húmeda por supuesto. Trataba de ignorar las palabras que sus padres cruzaron durante la comida. Trataba de ignorar las voces que golpeaban tras la puerta.

Descubrió una varita caída del árbol. Sin pensarlo la tomó, se puso a dibujar sobre el lodo; luego comenzó a tocar apenas el charco frente a ella, formaba ondas que crecían poco a poco. Como ese extraño sentimiento dentro de ella. Pero a los ocho años uno no sabe definir sentimientos. Al menos ella no. Sabía que tenía ganas de llorar pero no sabía por qué. Quizá es que ser niño a veces implica no saber.

Desde aquel rincón del jardín algo verde se movía. Elena se levantó, caminó sigilosamente. Descubrió unos ojos. Comprendió que eso era un sapo. Avanzó un poco más. Luego, más cerca de él se mantuvo quieta. Unos minutos. Ninguno de los dos se atrevía a moverse. Los grandes ojos del animal no le quitaban la vista. En su mirada había algo que ella no comprendía, una especie de dulzura que aborreció desde el principio. Si ella hubiera sabido de sentimientos quizá la hubiera llamado compasión. Pero ella no sabía de eso.

De pronto, algo inexplicable llenó su cuerpo. Elena apretó la vara en su puño y dejó caer un golpe frío, certero, sobre el sapo que no pudo escapar. El animal se movía aún y ella dejaba caer una y otra vez la vara. No sentía asco, no le importaba las manchas sobre sus tenis blancos. Cuando terminó, pateó el animal, aventó la vara y experimentó una sensación que tampoco podía definir... pero le agradaba.

Elena descubrió entonces lo que de adulta, a veces llamaba placer, otras veces éxtasis.
Pero nunca rabia.

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