Me perdía entonces por la ciudad tan completamente como no he vuelto a después perderme, ni en ella ni en ninguna otra, sin distinguir los puntos cardinales y sin la menor idea de lo que podía encontrarme al doblar una esquina, con esa ebriedad hecha a medias de asombro desmedido y cansancio, del impacto causado por la escala de las distancias, las alturas, los puentes, las multitudes, los ríos. Echaba a andar con las manos en los bolsillos y me dejaba llevar en una línea quebrada de itinerarios azarosos, rápidamente extraviado en la cuadrícula abstracta de la ciudad, mareado por la monotonía de las distancias entre una calle y otra...
Ventanas de Manhattan, Antonio Muñoz Molina
5.1.10
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