13.2.07

LA BAILARINA QUE TODOS TENEMOS DENTRO


Dicen que todas las mujeres soñaron alguna vez con ser la estrella de un escenario. Jennifer lo sabía. Ese día, abrió su maleta, vació su interior y extendió sobre la cama una hilera de mascadas, telas, tutús, listones, plumas, mallas, pelucas, el vestuario todo de una bailarina. Ese mismo día, en la sala se extendía una hilera de mujeres, altas, bajas, serias, sonrientes, menores y mayores de veinte. Ninguna tenía idea. Todas, confesarían después, tenían el sueño.


Una voz, una foto, un motivo único trajo a la hilera de la sala a la hilera sobre la cama. La habitación se convirtió en el más concurrido camerino. Unas y otras se ayudaban, unas y otras se miraban. Volaban telas, listones, plumas, mallas, los pies entraban y salían de unas y otras zapatillas. Se sentía la excitación, se escuchaba la emoción. El sueño.


No. No había un horario para la función, no había música para la función, no había -de hecho- una función. No había escenario, no había director. Había tan sólo un grupo de mujeres que en un instante dejaron a un lado la vida real y se permitieron ser el sueño.


Nunca hubo tantas prima ballerina en una sala de cuatro por cuatro.


Al otro día, cuando Jennifer cerró la maleta, el sueño seguía ahí.

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