Si llamas en la noche. Te voy a contestar. Si necesitas ayuda. Voy a ir. Si necesitas abrazos y no me atrevo, seguro encuentro unos para ti. Si quieres un sillón, está el azul.
Esa noche. El fin de semana se convirtió en cristales rotos. Fue bueno estar ahí y ayudarte recoger unos pocos.
Lo siento. Me olvidé, quizás, de preguntar ¿cómo estás, qué sientes? por ensimismarme en la estrategia a seguir, ¿quién te lleva, quién te sigue? Asegurarme de que que no te recluyeran indefinidamente o que encontraras maletas y libros a la puerta de tu casa. Eso me pasa. Como cuando olvido que eres reacia o recia e intento una y otra vez hacerte saber que eres parte de nosotros. Te fuiste esa noche y me quedé enviándote un mismo mensaje. No eres el desastre. No eres el desastre. No eres el desastre. Pero la telepatía no funciona.
Tú crees que eres el desastre.
Y no.
Pero si lo fueras, si fueras un verdadero desastre de igual modo no trataría de quitarte de encima, uno se acostumbra a tu silencio, a la resistencia de tu risa y a tu necedad de creer que no hay felicidad alguna. Quizá no la haya, pero un día entenderás que se puede creer que sí.
M'enfant terrible: je t'aime.
Profundamente.
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