2.7.07

TOTAL (relato en proceso)

Tengo ocho años. Hoy, como todos los sábados, en casa hay fiesta. Misma gente. Misma comida. Mismo disco de Vicky Carr. Es la cantante favorita de Papá y por supuesto la enemiga de Mamá. Papá dice que no hay otra mujer como ella. Mamá dice lo mismo. Yo avanzo entre mesas con quesos y bebidas. Tomo un poco de vino sin que nadie se dé cuenta. Me siento en un rincón de la sala con un plato de carnes frías. Lo observo todo. Mamá trata, como cada sábado, de socializar con los amigos de papá y, como cada sábado, las cosas no resultan. Intenta opinar y papá le pide las aceitunas o se traiga la botella de. Pasarán los años y a Mamá de todos modos no le quedará claro que en esta ciudad la diversión separa: hombres acá, mujeres allá. Mamá seguirá otros muchos sábados diciendo a sus amigas que en Guadalajara las fiestas no son así. Algunas de ellas continuarán preguntándole, ¿y cómo eran, Alicia?, otras, se levantarán del sillón e irán a cualquier otro rincón donde no escuchen más sobre las fiestas en Guadalajara. Mamá bebe, total, se emborrachará igual que Papá aunque sin Papá, para molestar a Papá. Lo hará hasta que tengan que quitarle la vesícula y el doctor le diga que no puede ingerir alcohol y mi Mamá si yo en realidad no bebo, y nosotros, alrededor de la cama de hospital, es cierto, en realidad no bebe. Papá pide el dominó, mamá se lo trae. Esa es su dinámica, uno pide algo, el otro lo trae. No. Él pide algo, ella lo trae. Cuando no es eso, son los monosílabos, ¿quieres?, sí, ¿vienes? No. Somos familia de monosílabos. Pero aún no nos hemos dado cuenta de eso. Hablaremos de ello cuando no estemos juntos, cuando tengamos años de ni siquiera dirigirnos monosílabos o cuando estemos frente a un terapeuta preguntándole ¿por qué tengo un problema de comunicación con la gente? El médico dirá que son cosas que generalmente tienen que ver con la familia, preguntará “¿qué me puedes decir de tu familia” y no sabré ni por dónde comenzar. Allá está Massiel, la mejor amiga de Mamá. No se llama Massiel sino Marisela pero le gusta tanto la cantante Massiel que nos obliga a llamarla así. Massiel hace como que no bebe pero deja vasos en todas partes y de todos toma, dice que quiere mantenerse sobria para poder volver a casa sanos y salvos. Dos choques son suficiente, dice. Tendrá muchos más. Massiel abandona un vaso más de vino y yo lo heredo. Cuando regresa, se sirve más, me da unas palmaditas en la cabeza y me pregunta a qué año voy a pasar. Y como siempre, cuando estoy a punto de contestarle, Massiel le dirá a mi mamá que tiene suerte de tener dos hijas tan responsables. Mamá dirá que sí que somos magníficas estudiantes, que somos creativas y amables, aunque ella realmente no nos conoce y así me lo dirá a los diecisiete años cuando le diga que no me importan ni ella ni papá ni mi hermana ni nadie, que por mí todos se pueden ir a la chingada que yo ya no quiero esta vida de mierda, que me voy a ir lejos y nunca los volveré a ver. Pero me voy a quedar en casa, siete, ocho años más viviendo esa vida de mierda. No te conozco, me dirá mamá, no te conozco. Yo quisiera no conocerte, le diré yo. Mi Hermana está en la cocina. Mamá y Papá piensan que corta queso o el rollo de carne que trajo alguien. Pero no hace ni lo uno ni lo otro. Mi hermana está ahí para que Carlos, el viudo del grupo, roce sus brazos con sus dedos. Le diga secretos al oído. Le hable de un futuro prometedor. Mi Hermana tiene dieciocho años y quiere que un hombre como Carlos le diga y le toque y le prometa. Papá y Mamá nunca sabrán hasta dónde llegará Carlos con mi hermana, ignorarán por completo el embarazo seguido de un aborto. Yo me enteraré años después, demasiado tarde para decir algo, para hacer algo. Papá y Mamá creerán que si mi Hermana se casó los 21 con su primer novio fue porque estaba muy muy enamorada. Cuando se divorcie, Papá y Mamá dirán que era de imaginarse, que se casó muy muy joven. Y nadie entenderá porque mi hermana llora y llora en el funeral de Carlos que morirá de cirrosis. Tengo ocho años, puedo moverme con tranquilidad entre los dos grupos de la fiesta. Voy del lado de las mujeres, como y bebo sin que nadie se dé cuenta. Voy del lado de los hombres y me siento en las piernas de uno y otro. Alguno rozará mi muslo, alguno tratará de cruzar el calzón, pero no pasará nada, no me pasará nada. Me levanto, voy, vengo. Yo puedo hacer lo que sea porque soy menor y porque básicamente no existo. A las once de la noche Papá vuelve a poner “Total” y Claudina, una de las amigas de mamá, comenzará a cantarla en voz alta: “Total, si no tengo tus besos no me muero por eso yo ya estoy cansada de tanto besar…” mientras mira a Papá que hace como si nada. A nadie le gusta como canta Claudina, pero nadie dice nada. Claudina y Papá un día se van a ir juntos, Papá regresará una semana después. Mamá nunca le dirá a nadie. Pero esta noche todo es perfecto. Todo es perfecto. Claudina termina de cantar y todos aplauden con entusiasmo. Con el mismo entusiasmo con el que Papá y Mamá y los pocos de sus amigos que aún sigan vivos recapitulen las grandes fiestas de los sábados.

1 comentario:

mar adentro dijo...

Recuerdo ls fiestas de mis padres, recuerdo los vasos de whisky que yo terminaba. Las risas, los borrachos. Recuerdo a mis padres peleando al día siguiente. Recuerdo a Vicky Carr y a los Ángeles Negros. Recuerdo y se me instala un dolorcito en alguna parte. Recuerdo que es una etapa que no me gusta recordar. Leer tu texto me ayudó a ver lo lejos que estoy de esa época. A salvo de esa época. Creo que quizá por eso no hago fiestas en mi casa.