NOTAS DE UN PERSONAJE EN BUSCA DE UN AUTOR
somos muy provincianos, no internacionales.
Y justamente porque somos provincianos,
de pronto nos volvimos internacionales.
Lo peor es intentar ser internacional.
Ingmar Bergman
Soy un personaje. Soy un simple personaje. Peor, soy un personaje de provincia. Soy básico, convencional. Melodramático. Vivo en páginas que me hacen sentir reiterativo. Vivo en la frontera pero apelo al costumbrismo. Repito el norte. Soy la provincia. Existo cuando no debiera. Mi autor se olvida que la literatura es artificio, mi autor insiste en el retrato fiel a la realidad, como si la realidad pudiera ser fiel a sí misma, mi autor sigue creyendo que la literatura tiene que decir algo, mostrar algo, cambiar algo. Yo, en silencio, deseo la muerte de mi autor.
A veces creo que nací de espaldas. Sin suerte. Impotente a la palabra. Completamente useless. Me siento ausente en tiempo, espacio. Fuera de la acción, incluso cuando estoy en acción. Soy descrito con un entusiasmo primitivo. Autóctono. Soy una postal que dice “Welcome to Meksico”. Soy una literatura que insiste en la presencia, necia como ninguna. Soy una literatura que registra, minuciosamente, el todo. Aburro. Canso. Soy unívoco. Sintomático. No soy cima, no soy incendio, no soy tormenta. No devasto. No consumo. A veces ni emociono. Soy recreo. Soy el habla coloquial: el lector se ríe de mi acento, de mi forma de pronunciar ‘mashaca, shamaca’, le gusta que hable golpeado, que diga fuistes, hicistes, que platique rapidito, de corridito. El lector, mi lector, se ve retratado en mí y míralo, es tan feliz. Soy su reflejo, dice y luego sonríe y me recomienda a otros lectores que también sonríen para repetir todos a coro: “así somos acá”.
Soy la sintaxis de la provincia. Un estigma.
Yo, soy un personaje en crisis.
Soy tópico. Soy creado con indolencia. Soy un escombro de la narrativa. Mi autor sigue buscando una estridencia que no requiero, sigue tirando balas al aire. Y las balas son de salva. Su violencia es plástica. Su orgullo regionalista. Su cosmpolitismo inefectivo. Su escritura inmóvil. Escribe de lo mismo, con lo mismo. Es un adolescente que busca suerte en el otro lado o en el DF. Se olvida de la luz de lo narrado: la novela, el cuento, el relato. Borra la experiencia en sí. Cuida las formas, eso sí, se hace de simetría, de estilo. De estructuras apantalllantes. Como si la vida fuera forma, simetría y estilo. Estructura.
Mi autor tiene atisbos de conciencia social, le da por denunciar. Por enrabiarse. Explora causas y apunta las consecuencias con su dedo índice. Me hace esto porque al final ha planeado que seré aquello. Me pone aquí porque antes estuve allá. En mí: “no hay actos rotundos, independientes, absurdos”. No soy instinto. No soy desmesura. Soy el rumor de las calles.
Soy registro. Caricatura.
Estoy sometido.
Dicen que hay otros personajes, hechos por autores que desafían el estado de las cosas, que recrean con plenitud y vacío la existencia, porque la existencia es eso, plenitud y vacío, conquista y pérdida. Dicen que hay personajes que no representan la realidad, la encarnan, se vuelven ella sin ser su remedo. Dicen que hay relatos que dan reveses, que son justo eso que uno no espera. Son aquello que uno teme. Aquello que uno insiste en negar. Dicen que hay una narrativa que apuesta, que esculpe los fantasmas que nos rodean.
Yo soy un remedo. Mi historia, previsible. Yo no formo parte de “una prosa brutal” (Lemus, 2005). Yo no vivo en “una estructura delirante, tan tajada como la existencia”. Yo vivo en el cuarto contiguo al lector. Mi lector es fácil. Mi lector, asiente. Me da por hecho. Me admite. Me hace suyo. Soy un gesto petrificado y él no lo sabe. Soy palabra cauta y él se conforma. I’m made for provincia.
Y no puedo ser así. No quiero ser así.
Yo, como personaje, deseo ser incómodo, ser la cicatriz que no puede ocultarse, el insulto con eco. El abandono. La devastación del tiempo, del espacio, del lenguaje. Una errata. Necesito un autor. Necesito un autor arrojado, mordaz, tosco incluso. Un autor dueño no de uno, sino de muchos mecanismos, los necesarios, los no previstos, los que sean capaces de hacer una narrativa que no esté hecha ni para provincia ni para centro. Una narrativa-narrativa.
(¿ponencia? leída en el III Encuentro de Jóvenes Escritores de Monterrey)
A veces creo que nací de espaldas. Sin suerte. Impotente a la palabra. Completamente useless. Me siento ausente en tiempo, espacio. Fuera de la acción, incluso cuando estoy en acción. Soy descrito con un entusiasmo primitivo. Autóctono. Soy una postal que dice “Welcome to Meksico”. Soy una literatura que insiste en la presencia, necia como ninguna. Soy una literatura que registra, minuciosamente, el todo. Aburro. Canso. Soy unívoco. Sintomático. No soy cima, no soy incendio, no soy tormenta. No devasto. No consumo. A veces ni emociono. Soy recreo. Soy el habla coloquial: el lector se ríe de mi acento, de mi forma de pronunciar ‘mashaca, shamaca’, le gusta que hable golpeado, que diga fuistes, hicistes, que platique rapidito, de corridito. El lector, mi lector, se ve retratado en mí y míralo, es tan feliz. Soy su reflejo, dice y luego sonríe y me recomienda a otros lectores que también sonríen para repetir todos a coro: “así somos acá”.
Soy la sintaxis de la provincia. Un estigma.
Yo, soy un personaje en crisis.
Soy tópico. Soy creado con indolencia. Soy un escombro de la narrativa. Mi autor sigue buscando una estridencia que no requiero, sigue tirando balas al aire. Y las balas son de salva. Su violencia es plástica. Su orgullo regionalista. Su cosmpolitismo inefectivo. Su escritura inmóvil. Escribe de lo mismo, con lo mismo. Es un adolescente que busca suerte en el otro lado o en el DF. Se olvida de la luz de lo narrado: la novela, el cuento, el relato. Borra la experiencia en sí. Cuida las formas, eso sí, se hace de simetría, de estilo. De estructuras apantalllantes. Como si la vida fuera forma, simetría y estilo. Estructura.
Mi autor tiene atisbos de conciencia social, le da por denunciar. Por enrabiarse. Explora causas y apunta las consecuencias con su dedo índice. Me hace esto porque al final ha planeado que seré aquello. Me pone aquí porque antes estuve allá. En mí: “no hay actos rotundos, independientes, absurdos”. No soy instinto. No soy desmesura. Soy el rumor de las calles.
Soy registro. Caricatura.
Estoy sometido.
Dicen que hay otros personajes, hechos por autores que desafían el estado de las cosas, que recrean con plenitud y vacío la existencia, porque la existencia es eso, plenitud y vacío, conquista y pérdida. Dicen que hay personajes que no representan la realidad, la encarnan, se vuelven ella sin ser su remedo. Dicen que hay relatos que dan reveses, que son justo eso que uno no espera. Son aquello que uno teme. Aquello que uno insiste en negar. Dicen que hay una narrativa que apuesta, que esculpe los fantasmas que nos rodean.
Yo soy un remedo. Mi historia, previsible. Yo no formo parte de “una prosa brutal” (Lemus, 2005). Yo no vivo en “una estructura delirante, tan tajada como la existencia”. Yo vivo en el cuarto contiguo al lector. Mi lector es fácil. Mi lector, asiente. Me da por hecho. Me admite. Me hace suyo. Soy un gesto petrificado y él no lo sabe. Soy palabra cauta y él se conforma. I’m made for provincia.
Y no puedo ser así. No quiero ser así.
Yo, como personaje, deseo ser incómodo, ser la cicatriz que no puede ocultarse, el insulto con eco. El abandono. La devastación del tiempo, del espacio, del lenguaje. Una errata. Necesito un autor. Necesito un autor arrojado, mordaz, tosco incluso. Un autor dueño no de uno, sino de muchos mecanismos, los necesarios, los no previstos, los que sean capaces de hacer una narrativa que no esté hecha ni para provincia ni para centro. Una narrativa-narrativa.
(¿ponencia? leída en el III Encuentro de Jóvenes Escritores de Monterrey)
1 comentario:
Bovary era de provincia. don Quijote también y Kristian Rosenkreutz.
Publicar un comentario