En 1999 presenté mi examen profesional. Esa fue una tesis que se gestó prácticamente al mismo tiempo que mi hijo. Ese día cuando explicaba asuntos de bildungsroman, narradores escindidos y nosécuántas cosas más tenía una barriga de siete meses.
Este año me titulo de la maestría. Y el caso es que es estoy leyendo para lo que llamo la casitesis y mi hijo entra a la habitación, son las ocho y media de la noche y me dice que se le antoja una quesadilla. Termino esto y voy, le digo. Acepta.
Mientras el queso se derrite, pienso: aquel cachito que en su momento se mantuvo calladito calladito mientras los sinodales me decían es usted licenciada, es ahora voz y cuerpo. Un ser de ocho años. Un pequeño que saca diez en matemáticas lee el hobbit, es fan de café tacuba y piensa que el francés es más útil que el inglés. Un pequeño que de un modo u otro, y con la titánica ayuda de mis padres, he criado.
Si eso no es profesionarse, yo no sé qué es.
2.4.07
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Es el grado extremo de cualquier maestría.
Publicar un comentario