Fue hace un par de semanas.
Me pidió que fuera a su casa. Me recibió con la puerta echa pedazos. Por supuesto, pensé que alguien había entrado a robar a su casa. No. Fue su marido. Necesito que te quedes con las niñas, dijo, tengo que ir a... Nos interrumpió su hija mayor. Mamá, la policía trae a mi papá. Era una camioneta. En medio de los dos policías, estaba él, su esposo con el rostro que nunca había visto. El miedo es extraño.
Un oficial bajó, explicó que era necesario que ella fuera a la jefatura a dar seguimiento a la denuncia. De la puerta al carro pude entender que habían discutido por enésima vez, que descuidó a las niñas, que estaba bebiendo, que perdió la llave, que rompió la puerta, que... Y luego se fue.
Me quedé con las niñas en su casa. Estuve casi cuatro horas en una sala que no es mía. En una incertidumbre que no era mía. ¿Cómo se explica a una niña de nueve y a otra de ocho que mamá denunció a papá a la policía?
Ella volvió a las diez. Me platicó de todo el papeleo que tuvo que hacer. Que él tiene prohibido acercarse a la casa, que puede ver a las niñas dos días a la semana bajo las condiciones que ella imponga, que se planteó ya un acuerdo de divorcio. Que él tendrá que darle pensión. Él no trabaja, dice ella, y la casa, el carro, los servicios, todo lo pago yo... Lo único que le tocaba era hacerse cargo de las niñas y no hace eso. Toma todo el tiempo, viene tarde, rompe la puerta, pero ya estuvo bueno. ¿Qué se dice a una mujer en estas condiciones? Tenía un rostro que nunca había visto. La rabia es extraña.
Ayer en la mañana, mientras sacaba la basura, vimos que él había vuelto. ¿Que no el papá de las niñas ya se había ido? preguntó Juanantonio. Sí, le dije, pero así son las cosas.
Entré a mi casa con un rostro que no había sentido en años. La certeza es extraña, también.
16.4.07
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