Dices que construyes historias para mí, dentro de ti. Que vas dibujando un espacio infinitamente cómodo (me gustan tus adverbios), un lugar que me reciba con las puertas abiertas que son tus brazos. Y yo no puedo sino sonreír. Tus palabras alivian este dolor de alma que en los últimos dos días me atosiga. El diablo, como le llamas tú.
Yo no digo nada. No he podido escribir(te). Ni rastro de esos largos correos que acostumbro, donde te hablo de mi semana, donde te hablo de mí. Parece que todas las palabras, las más magníficas, me las ganaste tú. No encuentro ninguna que sea capaz de responder algo que medianamente (ay, mis adverbios) pueda compararse con esa resolana tibia que has enviado a mi correo.
Tus palabras sacuden la soledad, la distancia, la incertidumbre.
Yo, no tengo palabras. Lo siento.
Pongo mis manos en el teclado y no sale nada.
Pero estoy segura de que si estuvieran sobre tu piel, sabrían muy bien qué decirte.
12.8.05
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1 comentario:
Una bella, sana y muy disfrazada invitacion al placer...
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