5.8.05

CHOC CHOC CHOCOLATE!

La otra noche alguien me llamó al celular, alguien a quien conozco desde hace siglos pero con quien creo nunca había hablado por teléfono. Borró parte de mi extrañeza con un buen saludo. Luego, me dijo... ¿a qué no sabes para qué te llamo? En los diez segundos siguientes pensé en dos mil opciones. Ninguna de ellas acertó. Te llamo porque estoy seguro de que tú tienes un libro que quiero que me prestes. ¿Título? Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate.

Resultó que esta persona también es ávido lector de Roald Dahl, tiene libros que yo no. La magia de la palabra intercambio. Cuando vino a casa por el libro, cuando dejó otro para mí me parece que había un algo, como una risita que no lograba esconderse en la seriedad de dos adultos que se prestan libros, y es que eso de prestarse libros de un autor de literatura infantil tiene su encanto, su carácter risueño.

Es un hecho. La edad no importa. Hay lectores de Roald Dahl de toda las edades, formas, sabores y colores posibles. Una diversidad tan rica como los dulces y chocolates de Wonka.

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