Café.
Una taza diaria cada mañana desde hace 3 o 4 años.
Café.
Su aroma, su tibieza.
Pero Sylvia es necia. Sylvia es terca. Sylvia quiso jugar a los dados con la existencia y con su joven adicción a la cafeína.
Semana uno: Con jactancia respondía: ¿por qué dejé el café? porque sé que puedo, porque aunque sea una taza al día no debe ser bueno.
Semana dos: Sí, el café quita el sueño y te despierta pero mi organismo se las arreglará para que salgamos adelante.
Semana tres: Ténganme paciencia es que recién he dejado el café y es difícil saber dónde tengo la cabeza.
Semana cuatro: Estoy en finales, hombre media tacita y ya, no pasa nada... es sólo para no quedarme dormida y armarla bien...
Semana cinco: Café, café, ¡quiero café!
Y pienso en mi madre. Mi doña Silvia que en repetidas ocasiones hace sus acuerdos con el destino, con Dios o alguien parecido y deja el café como una manda... para pedir favores, pedir bendiciones para nosotros sus hijos: que se entorpecen en sus relaciones con el café, el alcohol, el trabajo y el islam... (respectivamente).
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