23.11.06

LA novela

Ha llegado a las cientoveinte. Ha tomado giros interesantes. Ha comenzado el diálogo. Ha descubierto. Ha velado. Tiene imágenes, listas, artículos, piezas todas de un rompecabezas que no lo es. Ha tocado el punto ese en que un lector podría decir, está terminada pero que la autora, necia como es, sabe que no, que aún le resta, que aún tiene más que decir. De tres capítulos pasamos a cuatro, de seis voces pasamos a muchas, muchas más. No, mi novela no cuenta una historia. Mi novela cuenta y no cuenta a una persona. Una que somos todos. Una que parece ser nadie.

A veces me siento desubicada, trastornada. Manejo y escribo líneas, párrafos enteros que quizá no sean parte de la novela, no tal cual. No importa. A veces me siento completa, clara. Manejo con la certeza de que estoy escribiendo lo que quiero escribir y como lo quiero escribir. Me doy cuenta del tipo de libros que me gusta hacer. Soy escritora. Fuera de todo esto, creo que llevo una vida bastante normal, a veces olvido comer, a veces cocino delicias. Tomo café en la mañana, cuando puedo un licuado de fresa con granola. Por la tarde prendo la tele, tejo bufandas. Decido no lavar los trastes o bien decido dejarlos limpísimos. Leo cuentos con mi hijo o platico con él del aire. Y en algún momento, me pongo a escribir. O leo, leo y descubro.

Así, así van mis días últimamente. Y mi novela ha llegado a las cientoveinte.

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