25.7.06

GONE

En la familia las personas desaparecen.

Dos abuelos y un tío. Sin explicaciones ni despedidas. Quizá con maletas. Las abuelas, enfermedades del corazón. Primero una, luego la otra. Un primo se colgó en su habitación a los veinte. Mi hermana rogó su olvido a los treinta.
Claro. No puedes esperar que la gente permanezca. Que estén ahí. Cuando quieres. Y necesitas. Pero que se vaya y no sepas. Es otra cosa. Te queda aquí un hueco, una cosa rara, agudo el pecho. Dolor, te digo.
Mi hermana se fue. Un día llamó y dijo que sería la última. Desapareció. Ni un rastro.
Ya no es parte de mí. Y la extraño.
A veces me quedo quieta pensando cómo sería si viviera a quince minutos si me llamara a cada rato si viniera a pedirme una olla a pedirme la hora a darme un abrazo a que le devuelva ese par de zapatos. Me lamento, me lamento que no sea así. Rompo en llanto. Rompo el llanto. Camino en círculos. Golpeo, la pared, la mesa. Creo que el teclado. Me enojo y ahí está ella diciéndome que ese es su lado del cuarto y ese su lado del closet esos sus libros gritándole a mi mamá reclamándole a mi papá poco amable con los hermanos dando portazos para luego otra vez decirme que ese es su lado del cuarto. Y aún así, la extraño. ¿Cómo se hace para hacerse al olvido? No sé.

Abro mi libreta y escribo: No sé.

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