Le llegó una carta de su marido. Habían pasado dos años desde que él le había tomado aversión y la había abandonado. La carta venía de una región lejana. "No permitas que la niña rebote la pelota de goma. El ruido llega hasta aquí. Y me afecta el corazón." Ella le quitó la pelota de goma a su hija de nueve años.
Una nueva carta llegó desde otra oficina postal.
"No mandes a la niña con zapatos a la escuela. El ruido llega hasta aquí. Y pisotea mi corazón."
En lugar de zapatos, le dio a su hija blandas sandalias de fieltro. La niña lloró y no quiso ir más a la escuela.
Llegó otra carta de su marido. Había sido despachada sólo un mes después de la anterior, pero
repentinamente la caligrafía parecía la de un hombre viejo. "No dejes que la niña coma en un tazón de porcelana. El ruido llega hasta mí. Y mi corazón se quiebra." La mujer le dio de comer a la niña en la boca con sus propios palitos, como si tuviera tres años. Y recordó el momento en que en verdad tenía tres años y su marido pasaba días dichosos a su lado.
La niña fue a la vitrina por su cuenta y tomó su tazón. La mujer rápidamente se lo arrancó y lo
estrelló contra una roca en el jardín: el ruido que resquebrajaba el corazón de su marido. De pronto la mujer levantó las cejas. Y arrojó su propio tazón contra la roca. ¿No era éste el ruido que hacía el corazón de su marido al quebrarse? La mujer arrojó la pequeña mesa en la que cenaban en el jardín. ¿Qué pasaba con ese ruido? Lanzó su propio cuerpo contra la pared y golpeó con sus puños. Se tiró como una lanza contra las puertas de papel y cayó del otro lado. Y con ese ruido, ¿qué pasaba?
—Mamá, mamá, mamá.
La niña corrió hacia ella, llorando, y la mujer la abofeteó. ¡Escuchen este ruido!
Como un eco de ese sonido, llegó otra carta. Había sido despachada de otra oficina postal en
otra lejana región. "No hagas el menor ruido. No abras o cierres puertas ni deslices las puertas de papel. No respires. Ambas ni siquiera deben permitir que los relojes en la casa hagan tictac."
"Ustedes dos, ustedes dos, ustedes dos." Las lágrimas corrían mientras la mujer susurraba estas palabras. Entonces ambas dejaron de hacer todo ruido. Dejaron por toda la eternidad de hacer el menor ruido...
Fragmento de "Shinju". Historias en la palma de la mano, Yasunari Kawabata.