Ayer, en un manotazo al volante, al presente, al destino, perdí un anillo. Mi anillo. Un anillo especial: se abría un poco y se le cambiaba la piedra. Seis piedras, seis colores, seis estados de ánimo. Perdí un anillo que yo adquirí para mí, que nadie compró, que nadie entregó. Un anillo que yo elegí de entre muchos más.
Lo curioso es que el anillo no me quedaba y yo no lo quería ver/creer. Me lo ponía y me lo ponía. Le cambiaba la piedra y me lo ponía. Pero el anillo me quedaba grande, no abrazaba mi dedo como yo supongo que un anillo debe abrazar el dedo de uno. Supongo que no era para mí. Después de tanto tiempo y no era para mí. No lo cuidé bien y mi anillo no se agarró bien de mí. Me siento apenada con él, tan bello y hermoso. Pero enorme. Quizá debí mandarlo arreglar antes de que esto ocurriera. Ser más cuidadosa. Él más apretado. Pero no se le puede pedir a un anillo lo que un anillo no puede hacer.
Y es tarde.
Y es definitivo.
Triste, ¿no?
24.6.08
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