La noticia le preocupa. Lo entristece. Me habla del tema y luego me dice, no quiero hablar de esto ya. Me habla de cambios, de fechas. Menciona marzo y su cumpleaños. "Quizá en el mismo día", dice. Siento que algo me quitan, dice. Quiero reiniciar la vida, repite. Tiene una astillita, una de las primeras en su vida. Tiene un llanto sin llanto. La mirada más triste. Se aferra a mí, su mamá, para que lo conforte.
Y dentro de todo eso, dentro de todo lo que siente, dentro de todo lo que es y le preocupa repite: ¿y tú, mamá, cómo te sientes? ¿tú qué sientes? ¿tú estás triste?
Le digo, claro, que lo único que me pone triste es verlo triste. Le digo que no es malo estar triste. Que es necesario estar triste para luego estar contento.
Le doy mi mejor abrazo. Le planto mis mejores besos. Le recuerdo que esta es su casa, que este es su mundo, que esta es su habitación y que esta es su mamá y que nada, nada cambia eso.
Lo hago reír, lo hago brincar. Lo hago sentir que el mundo sigue su rumbo. Lo hago soltar amarras.
Y cuando está tranquilo en el sillón azul esperando que inicie la película, cierro la puerta de mi habitación y hago lo mismo que él. Le llamo a mi madre para que me conforte.
Mi madre me dice lo mismo, a veces es necesario estar triste para luego estar contento.