¿Te gustan las almendras?, le pregunto mientras comemos nieve en nuestro lugar favorito. No, contesta seguro, me gusta el terror. Pero ¿qué tiene que ver el terror con...? Es inútil que lo cuestione, que insista. Todos los caminos lo llevan al terror.
Me ha prohibido decir bonito.
A mí me gusta el terror, mamá, compréndeme... quizá deba ser más precisa y onomatopéyica: A mi me gusta el tedrror, mamá. No sabe quien es Bela Lugossi o Vincent Price, tampoco ha oído hablar de Stephen King o de Anne Rice. No. Y sin embargo insiste que él es del terror (me pregunto si eso es tanto como si me dijera que es rockero o punk).
El terror, tedrror, de su mundo se resume a unas cuantas cosas, caras feas, lunas llenas, lobos aullando, manos peludas, gritos espeluznantes. Y aunque me parece muy rara su inclinación, es suya, sólo suya y admiro cómo va definiendo sus gustos. Lo admiro.
Sin embargo, no me gusta, para nada, que insista en enbromarme con esa araña de plástico que tiene en su bolsillo.
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