Heme ahí en el DF. En esa ciudad llena de gente, smog y otros tantos clichés de gran ciudad. El DF con su tráfico, sus nuevos y flamantes distribuidores viales, sus polis, sus vendedores ambulantes y etc. etc. etc., me recibió con los brazos nublados y un poco de lluvia. Tres días, tres días para recorrer un poco, visitar algunos familiares (sí, mi raíz defeña es fuerte como bien ha sabido comprobarlo mi analista) y, por supuesto, comer gorditas de chicharrón.
Sylvia en el DF es la misma Sylvia pero con más cosas en la cabeza (¿se imaginan?), más recuerdos, más historias que le gustaría conocer para ser. Sylvia en el DF se mueve con cierta facilidad pero con el mismo temor de todos sus habitantes de ser asaltado en cualquier esquina. Y así moviéndose con esa mezcla deliciosa de terror y gusto se embarca camino a Coyoacán, donde se ha citado a las 10 con el Miguel, ese loco amante del norte y de su literatura, ese viejo amigo que ve cada tantos años, con quien se sienta a comer, hablar de libros, cine, de la vida que cada uno tiene en su rincón del mundo. Después, a las 12, Sylvia ha quedado con Natalia, afuerita del Parnaso, le ha dicho. Del ¿p qué? preguntó ella, el Par Na So le repitió Sylvia. Ah bueno, dijo Natalia.
Y sí, ahí en Coyoacán rico desayuno con el Miguel, risas, recuerdos, acentos sureños y norteños confrontados en una misma mesa. Tu libro. Mi libro. Aquel libro. La conversación se extiende lo que es posible porque el tercer acompañante un pequeño bigotón de 4 años interrumpe de cuando en cuando para opinar como todo un adulto sobre el plato garabato que le han servido. Fin de cita.
Las 12. 12:05, 12:10, 12:17 y Natalia, mi Natalia no llega. El de 4 años se impacienta, grita su nombre entre los tianguistas que no se sorprenden que un niño grite como desaforado. ¿Estarán acaso acostumbrados que un pequeño que pronuncia la ch como sh grite como loco dóndestástíanatishinhuahuas? 12: 38 y la tía susodisha tía Nats no llega. La impuntualidad es una característica normal de los defeños o los neodefeños. Esperar, no importaba mucho hasta que Doroty de trenzas postizas y un coker llamado Totó nos invitan a ver al Mago de Oz (¿habrá pensado ella que yo también necesitaba valor como el león, un corazón como elhombre dehojalata o lo que es peor un CEREBRO como lo necesita el espantapájaros?) como sea, nos invita a seguir el camino amarillo frente a la plaza de la Noséqué a ver al Mago de Oz. Obviamente el tipo este de 4 años se entusiasma y me dice vamos, vamos,vamos.
Y vamos.
Entre monos, enanos, leones cobardes (como ya he dicho) perro mordiendo a brujas, extranjeros que no entienden una pizca de español y niños niños niños, yo miro y retemiro el reloj. No hay forma de saber si Nats mi amiga de amigas, aquella que cada tanto se pregunta cuál será su misión en la vida y que ama las bellotas, ha llegado a la cita o no.
Dos Horas.
Juan Antonio y yo caminamos rumbo al centro de Coyoacán. So far, hemos intercambiado comentarios sobre la obra, sobre la pertinencia de tener un perro de a debis como Totó, el maquillaje del hombre de hojalata, los títeres y los extranjeros. Caminamos de la mano con la certeza de ya no encontrar a la tía. Con la incertidumbre de qué vamos a hacer el resto de la tarde. Una encrucijada está en nuestro camino, por esta calle o por aquella.
Entonces... Como buenos seres humanos (y norteños) dejamos las cosas un poco en manos del azar y del deseo (mi deseo necio) de encontrar a SeñoritaNatalia.
Y caminamos. Deseando cada uno a su modo (y de acuerdo a su tamaño) encontrarnos con ella. Pasados unos minutos, con el pesimismo ataca al optimismo, me digo: nolosvoy a encontrar, no, sílosvoy a encontrar, nolosvoy a encontrar, no, sílos voya... El olor del mercadito ese de Coyoacán me hace levantar la cabeza y observo carros, quesadillas de requesón, gente caminando, gente caminando y un bato de lentes que me señala y le dice a alguien esa es sylvia... Esa alguien más hace contacto visual conmigo, me grita Syyylvia y yo le digo no es posible no es posible.
Abrazo largo.
Certeza completa.
Y así ya juntas, tomando yo una pepsi y ella una manzanitasol, estamos seguras: no es el azar lo que nos pone en la misma banqueta de la colonia más visitada, de la ciudad más poblada del mundo a dos personas que han estado juntas desde antes de conocerse.
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