En Oaxaca se esconde la memoria de México (y la de la familia Ramírez: o sea la de mi apá). Y allá a desempolvar el olvido nos hemos dirigido. Tomamos un camión ADO, servicio de avión en tierra, le dicen. Muy nice, asientos cómodos, cortinas, almohadita y cobija negra. Televisiones. El chofer, amable de amables, se presenta con los viajantes. Que él nos conducirá a Oaxaca (la tierra de los dioses diría don alejandro aguilar) y que estima un viaje de 6 horas, que nos sintamos cómodos y no nos levantemos en caso de camino sinuoso. Me quedo esperando a la chica en falda que va a decirnos de las mascarillas de aire, de las salidas de emergencia y lo demás... Se retira a su cabinita de conductor. Las luces se apagan y comienza la función. El video institucional nos muestra la importancia de abrocharse el cinturón dejando bien bien claro los horrores de un enfrenón o, peor aún, una volcadura. Demasiado gráfico, pienso.
Nos recibe una Oaxaca Nocturna, con sus luces y sombras negras que adivino cerros. En casa de Favio todo es paz y tranquilidad, duermo sin imaginar la maravillosa vista que me despertará esa y las siguientes mañanas.
Y Oaxaca me despierta, con sus pirámides, sus cerros, sus amplios campos verdes, su plata, sus piedras maravillosas, sus nieves de milsabores (incluído el de mamey). Me despierta con sus niños-guías trilingües, con la certeza de que hay más extranjeros que mexicanos. Y Oaxaca recibe mi tarjeta de débito con los brazos abiertos y busco en cada esquina una bella blusa bordada (de manta o de algodón) que sustituya aquella otra que el tiempo (implacable siempre) la dejó hecha una tristeza (y percudida de tanto lavar).
Y la blusa no aparece. En el camino me encuentro a dependientas más bajitas y más morenitas que yo (sí, es posible) que me tratan como la chancla (quizá porque no soy mucho más alta ni mucho más blanca que ellas) y me maltratan y me mandan al demonio en cuanto entra una gringa alta de lentes oscuros.
Busco y busco. Tarareo por las calles una vieja canción, ¿la llorona acaso? triste, invierto mis recursos en unos pocos de collares, dos que tres camisetas que dicen oaxaca, dos bolsas y un par de piedras (quesque pa que me cuiden).
El centro, los mercados, el zócalo. Tiendas y tiendas y de la blusa nada. Finalmente a punto de darme por vencida la encuentro: es ella, ahí está colgada de aquellla esquina. La adquiero, así, sin más ni más.
Y es bella y sus bordados en azul son preciosos. Me da pena, sin embargo, decirles que mi blusa blanca bordada is made in india... Oaxaca no es lo que era y verán que en unos años la guelaguetza contará con safriduo como diyeis.
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