30.6.03

HOMBRES Y DENTISTAS (porque te dejan con la boca abierta)

Leo en una revista de mujeres que más del 60% de las mujeres sienten algún tipo de atracción por su ginecólogo. Guácala, pienso, no sé si mi ginecólogo es alguien de quien me pudiera enamorar y no porque esté feo sino porque… no sé… ¿enamorarse del ginecólogo? No puede ser sano. Con los dentistas la cosa es igual. Puedes enamorarte de un dentista, hasta de un ginecólogo pero no de tu ginecólogo o de tu dentista. Al menos yo no podría.
 El doctor la atenderá en un momento.
 Gracias.
Dejo la revista por un rato. Las estupideces que una lee en un consultorio. Observo mis uñas. No soporto la tentación y muerdo esa que está rompiéndose de la orilla. Sí, estoy nerviosa.
Una niña frente a mí me observa. A su edad fui al dentista la primera vez. Él se llamaba Dr. Rogelio, fue el que me puso los frenos. Sólo por eso ya tenía las de perder conmigo. Imposible enamorarse de él. Además yo tenía unos 12 años. Estuve visitándolo como hasta los 16 o 17. Tenía los brazos muy velludos. No usaba la charola para sus instrumentos, con una facilidad los dejaba caer sobre mi, entonces plano, pecho. Me caía mal. Tenía asistentes jóvenes a quienes siempre llamaba mi niña o mi reina. Idiota.
Mi primer novio, Tomás, estaba conmigo en el coro, cuando acababa el ensayo íbamos a comer pizzas a La Fábula o a comer raspados a El Patio. Tomás estaba en el equipo de atletismo. Platicábamos mucho, me hacía reír. Nos pusimos de novios por teléfono. Después de ese día no volvimos a hablarnos, éramos noviecitos y no nos hablábamos. No más pizzas ni raspados. Un día se fue a vivir a otra ciudad y ya. Nunca volví a saber nada de él. No me acuerdo por qué me gustaba… quizás porque tenía dientes grandes, blancos y derechos y yo no. Idiota.
Otro dentista, el Dr. Enrique se la pasó sacándome dientes, muelas. Las endodoncias. Era bueno, hubiera sido un magnífico maestro de preescolar pues todo lo hablaba en diminutivo. Vas a abrir la boquita grande grande, me decía, y yo voy a ponerte esta inyeccioncita, vas a sentir un piquetito nada más. Me sentía estúpida. Idiota. Idiotita.
Tuve un novio en la carrera que tenía los dientes muy feos. Como mal barajeados. Pero se reía tan a gusto, tenía una risa contagiosa. Era divertido. Con él fue al revés, nos pusimos de novios y entonces comenzamos a hablar, me hacía reír, me escondía en sus poemas. Yo lo escondía de mi mamá. Un día terminamos y no quisimos volvernos a ver. Idiotas.
Hace poco supe que el Dr. Rogelio había dejado a su esposa e hijos para casarse con una de 18 años. Dos años después se murió y dejó a su joven esposa viuda y con muchos pacientes en espera. Me pregunto si al menos murió feliz. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera sido muy guapo y yo me hubiera casado con él cuando tenía 18 años. Nunca hubiera sido novia de Tomás, el Dr. Enrique no me hubiera sacado tantas muelitas y dinerito… y ahorita no estaría de vuelta en un consultorio.
Pero hay mujeres que sí se enamoran de sus doctores. El 60% en Estados Unidos dicen en la Cosmopolitan.
 Puede pasar.

26.6.03

NO TE CASES CON EL PRIMERO (pero todos son el primero en algo, ¿qué no?)

–A mí no se me olvida que mi mamá me lo dijo, No te cases con el primero, no se me olvida.
Cuando dice eso todas la miramos, tomamos un sorbo a nuestra cerveza y la volvemos a mirar. Esperamos que termine su plática, que nos diga si lo hizo o no, si se casó con el primero y cómo le fue. Sabemos tan poco de ella, es muy cerrada y la invitamos porque somos muy diplomáticas y hubiera sido muy obvio que fuera la única mujer que no asistiera a nuestra fiesta cheve party.
-Somos muy necias, nunca escuchamos a nuestras mamás y luego al paso de los años terminamos diciendo, ay si la hubiera escuchado. Pero la historia se queda así, a medias. Esta chava de lentes chiquitos y ojos grandotes guarda silencio. Todas nos quedamos con las mismas dudas, ¿se casó con elprimero? ¿estuvo a punto? Si se casó ¿le fue muy mal y por eso es tan reservada? Las mujeres después de muchas cervezas y al lado de muchas mujeres lo sueltan todo, o casi todo. Ella no soltó nada o casi nada.
Me voy a casa en mi carro gris. Pienso en una imagen muy dramática (soy dramática por naturaleza). Una linda chica al lado de su abuela agonizante, la abuela le dice “no te cases con el primer hombre que…” la nieta la observa, espera más palabras. La abuela fallece, la nieta se queda pensando “no te cases con el primer hombre que qué??” es importante saberlo, no puede dejarla con la duda. Mi pobre protagonista pasará el resto de sus días tratando de descrifrar esas palabras.
Te dicen que no te cases con el primero. Pero, ¿acaso no todos los hombres en la vida de una mujer son el primero… al menos en algo? El primero que te besa. El primero de quien crees que te has enamorado. El primero que te da flores. El primero que te dice princesita linda. El primero del que, ahora sí en serio, te enamoras. El primero que te toca. El primero que te es infiel. El primero que le presentas a tu mamá. El primero que te dice te amo de aquí a la luna. ¿Cuál es el primero? ¿Con cuál de ellos no debes casarte?
Todas algún día haremos nuestras listas de primeros. Los míos no son tantos. Hay primeros que me hubiera gustado que no fueran los primeros. Hay al menos dos primeros de quienes creí estar enamorada, pero entonces uno de ellos en realidad no fue el primero, ¿o si?
No hay forma de saber cuál es el primero-primero. Sólo lo saben las que se casaron con el primero. Con uno de sus primeros.

24.6.03

CUANDO LOS HERMANOS SE VAN (¿por qué se van?)

La primera vez que me subí en bicicleta fue con mi hermano. Era una bici azul, él me sentaba al frente, sobre el tubo con ambas piernas por un lado. Era algo de miedo. No me sentía segura, las calles eran un mundo de carros que pitaban, que frenaban, que aceleraban. Cerraba los ojos y la sensación era muchísimo peor. Sin embargo sabía que nada me iba a pasar, mi hermano era como un cinturón de seguridad en mi vida. Para mí era un adulto, ahora que lo pienso, era tan sólo un adolescente con una hermanita de kinder sobre su bicicleta azul.
Mi hermano era mi máximo, no que los otros no lo fueran, pero había un vínculo, una línea invisible entre nosotros. Gracias a él conocí el sabor del atún, la coca-cola, las palomitas, los beatles. Él hacía mi mundo más cierto. Jugaba conmigo, me contaba historias. Pero cumplió 18 años, tomó sus maletas y se fue a estudiar su carrera en otra ciudad.
Los años siguientes, algo lo traía de regreso. Los rincones de su hogar se acomodaban en esta ciudad. Pasaba un tiempo y luego algo lo llevaba de vuelta. El iba y venía. Era igual con sus novias, iban y venían. Un largo desfile de morenas, pelirrojas, altas, chaparritas, delgadas y gorditas. Por qué se iba, por qué regresaba, no lo sabíamos con certeza.
Una vez yo me fui con él. Vivimos juntos allá, en la otra ciudad. Fue divertido al principio. Después, la ciudad absorbió nuestros buenos deseos y mis ansias de ser alguien que no era. Volví a casa. A veces, de cuando en cuando, también me atacaba la idea de que debía irme a encontrar en otro lado. Hasta que finalmente decidí que aquí estaba yo, que no iba a encontrar en otro lado lo que soy aquí. Lo que soy aquí podía serlo igual en otro lado, para qué irse. Decidí que si un día me iba, no sería para buscarme, sino para ser yo, mi misma yo, adaptada en otro lado.
Mi hermano ya no ha vuelto. Ya no busca, ya no se busca. El es allá. Yo soy acá.

¿QUE DESEAS? (el conflicto más común)

Día común. Una de la tarde. Hora de comer. Levantas tu vista y ya no hay nadie, sólo la compu que recibe a diario tu cariño y tu astigmatismo. Comienzas a sentir una sensación extraña. ¿Es nostalgia? ¿Es hambre? Si es hambre, debes decidir qué comer.
Llegas a un Drive Thru. Una voz chillona te pregunta qué deseas. Sientes que algo te revolotea. Es nostalgia. Es hambre. Es esa sensación de desear algo y no saber qué. Tienes ganas de apoyar la cabeza en esa caja gris de la cual sale una voz agobiada como tu alma. Te repite: ¿Qué desea, qué desea ordenar, ¿QUE-DESEA-ORDENAR?? Quieres pensar bien tu respuesta. Esto no es cualquier cosa. Respiras profundo y le contestas: deseo sentirme bien, pero doble por favor. Deseo una orden de no tener calor, porque ah jijos, qué calor, te sientes toda pegajosa. Pides también unas cuantas sonrisas de felicidad extra, una nieve con sabor a tranquilidad, en vaso y con chispas de paz interior… una hamburguesa con queso y una coca.
Escuchas: Favor de pasar a primera ventanilla. Qué alivio, te sientes renovada gustosa de pasar a esa ventanilla donde te van a entregar todo lo que has ordenado. Si, así de fácil. Tomas la bolsa, checas que esté todo lo que ordenaste. Perfecto. Qué buenos cuates, estos si cumplen. Las franquicias son geniales. Llegas a casa. Te sientas a comer. Empiezas a sacarlo todo. Lo disfrutas. Una mordida, mmhh! Un sorbito, mmhh! Estás libre de todo. Disfrutas tu comida, fresquecita, sintiéndote de lo mejor. Ojalá esta sensación durara para siempre de los siempres.
Más al rato, con la digestión, viene también la certeza de que la realidad es otra. Eres una de las tantas almas profesionistas que vive en una casa que debe, que paga la luz, el agua, el gas. Que tiene que trabajar a diario en un escritorio gris, con las fotos de sus seres queridos en el cajón. La bolsa con comida y buenos deseos está vacía de pronto.
Sabes muy bien que lo que ordenaste sólo fue comida, no estás loca, no te dieron nieve de paz interior a $9.90, pero Dios, a poco no te encantó sentir que sí.
Las mujeres somos unas soñadoras. Soñadoras constantes, necias, irremediables. Vivimos con un pie en el aire. No sé hasta qué edad, pero pasamos gran parte de nuestra vida imaginando cómo vamos a decorar una casa que todavía no tenemos, cómo vamos a vestirnos en la boda con un novio que aún no conocemos. Así somos. ¿Irremediablemente?
¿Qué deseas?, nos preguntan desde que somos niñas, nuestras respuestas van desde ser cajera de un supermercado hasta ser miss méxico. A veces sabemos qué deseamos, a veces, creemos saberlo. Responder debería ser tan sencillo como decir una hamburguesa con queso y sin pepinillos.