30.3.07

JUEVES, AL MEDIODÍA (relato)

Quien se suicida lo hace porque la vidale resulta ya insoportable, dijo papá cuando Alicia nos platicaba los detalles sobre la muerte del vecino.

Han pasado muchos años de ese día, pero tengo un recuerdo indeleble de esto. Fue un jueves al mediodía. Mamá y Alicia yendo y viniendo a la cocina. Papá sumido en el periódico. Javier y Enrique platicando con la morbosidad del adolescente. Yo mirando mi vaso. Sobre la mesa el mantel amarillo y la vajilla blanca. Sobre la mesa la jarra con agua de jamaica. Sobre la mesa el bullicio que nunca alcanza a ser una conversación.
- Dicen que los hijos no saben nada…
- Que están con la abuela…
- No, con la tía…
- Deberíamos mandar un arreglo, ¿no crees Gordo?,
El periódico era lo único que papá atendía al mediodía. La conversación nunca se detuvo por eso.
- Sí, una nota estaría bien…
- Dicen que dejó dos cartas, una para su mujer y otra para sus hijos.
- Qué absurdo, en lugar de cartas les hubiera dejado un buen recuerdo, ¿por qué se suicidaría, Gordo?
Papá dejó caer el periódico. Empujó su plato. Se levantó y dijo antes de salir de la cocina:
- Quien se suicida lo hace porque la vida le resulta ya insoportable.

Los vecinos tenían dos hijos, niño y niña. Nunca hablé con ellos, nunca salían a jugar con los de la cuadra. La única vez que crucé palabra con ellos, fue cuando la pelota cayó en su patio. Toqué la puerta, el niño me abrió. Le expliqué. Fue por la pelota. Desde la entrada de su casa alcanzaba a ver el interior. Recorrí la alfombra, la mesa y sus figuras sobre ella.
Recibí mi pelota y me fui.

Si cierro los ojos veo todo otra vez. Era una casa perfectamente normal. Repaso una y otra vez los muebles y los objetos. Los rostros que alguna vez había visto en la calle. Era una familia perfectamente normal. Entonces, ¿por qué?

Caminé rumbo a mi habitación. Me acosté boca arriba. Veía el techo y ahí estaba dibujada la casa de los vecinos. Muebles, objetos, rostros. Luego, sin planearlo siquiera, fui en busca de papá. Me asomé en su habitación. No estaba ahí. Fui a su oficina. No. En la sala de estar. Tampoco. Caminaba por el pasillo cuando reconocí su figura al otro lado del ventanal, en el patio. Estaba sentado sobre la banca, frente a los rosales. El sol iluminaba su figura de modo que era lo único que parecía existir en el patio. Es una imagen imborrable: papá sentado frente a los rosales. Quise salir. Quise acercarme a él. Quise sentarme con él. Quise preguntarle: ¿cómo puede la vida ser insoportable?

No lo hice. No me atreví a acompañarlo. Papá lloraba. Fue la primera y única vez que lo vi llorando. Tengo un recuerdo indeleble de eso.

Era jueves, al mediodía.

3 comentarios:

ÓL dijo...

¿Quién puede saber los motivos de cualquiera?

Milagros dijo...

El dia que se suicido mi cuñado y vi a mis sobrinos entrar en mi casa para evitar todos las impertinencias de los medios periodisticos, vi a mi sobrina mayor (6 años) sentada en la terraza abrazada a su muñeca. No lloraba, sólo me preguntó: ¿Porqué?

No me quedó más que abrazarla y decirle que el tiempo se encargaría de ordenar todo, que ahora sólo era momento de cambiarle ese feo vestido a su muñeca.

sylvíssima dijo...

Anécdotas así me hacen pensar en que escribir es más una enfermedad que un alivio.

Gracias por leer y gracias más por compartir esto.

un abrazo, desde este desierto.