La cosa es así. Los ánimos andan medio flojos en un sector de mi grupo de amigas (¿les he dicho ya lo suficiente que adoro a mis amigas quienes se autonombran las crápulas y que en realidad son dulces y menos inalcanzables que Rapunzel?). Tres de nosotras andábamos entre azul y buenas noches, entre rabiosas y tristonas, casi casi punzo cortantes. Planeábamos ir a cenar y hablar de todo menos de aquello que nos hacía sentir mal: prometimos hablar de zapatos, de moda y de elizabeth costello (tema para otro post).
El caso es que los horarios no cazaban y la espontaneidad se convirtió también en nuestra amiga y nos fuimos a comer tacos con Don Chuy. Éramos cuatro (muero por decir los nombres pero tampoco se trata de robarles su intimidad, bastante es ya platicar su intimidad, jiji).
Por supuesto no hablamos ni de zapatos, ni de moda, ni de elizabeth costello. Hablamos de aquello que nos hacía sentir mal, lo que veníamos cargando desde el día anterior. La nota curiosa es que lo hicimos de la manera más divertida. Éramos todas risas, ja ja, le dije esto, ja ja, me dijo esto, ja ja, ja ja, ja ja... No nos dimos cuenta de qué fue exactamente lo que pasó, de cómo de pronto aquello que nos preocupaba, ese país en llamas que a veces habitamos, desapareció como por arte de magia.
Llegamos al País de las Maravillas, donde sirven tacos de carne asada, donde hay cerveza sol, horchatas y jamaicas. Donde si se acaba el guacamole te traen más. Donde las amigas son un tesorito que parece no dejar de brillar nunca. Reímos, reímos de que en realidad no le tenemos miedo al futuro; en todo caso, nos dejamos llevar por el miedo con el que otros se plantean el futuro.
¿Miedo? ¿Nosotras?
Nop.
8.11.04
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